Talas son caca
A pesar de su reconocido talante, Alberto Ruíz-Gallardón nunca nos preguntó a los madrileños si queríamos hipotecarnos durante décadas con su nueva M-30. Tampoco quiso saber si los vecinos de los barrios limítrofes estábamos de acuerdo con que se aumentase la capacidad de la autovía un 50% y se semaforizasen sus accesos. Sin embargo, a quien si ha preguntado sobre la polémica reforma ha sido a los niños, que ni montan manis en el planetario, ni forman asociaciones de vecinos, ni dan el coñazo escribiendo cartas al “20 Minutos”.
Hace poco más de un año, cuando había 20.000 árboles más en Madrid, el proyecto de ampliación (que no soterramiento) de la M-30, se quedó sin Estudio de Impacto Ambiental. La varita mágica de la administración transformó la autovía en “Calle”, y la reforma de una calle, aunque soporte el tránsito de centenas de miles de vehículos al año, no necesita de impacto ambiental que valga. Y si no hay Estudio de Impacto Ambiental tampoco hay alegaciones. ¿Alegaciones?, ¿eso que es lo que es?... a los promotores se la suda, eso sí, tendrán que hacer caso a los niños, no vaya a ser que algún medio de comunicación se pase de progre y les acuse de no fomentar la participación ciudadana.
Así estamos. Solo nos queda esperar que algún alumno de primaria esté cansado de no poder jugar en los parques reventados por las sierras eléctricas y se vaya de la lengua cuando las concejalas Pilar Martínez (2Urbanismo”) y Ana Botella (“Familia”), vayan a visitar su colegio. Sino, habrá que aprender a decir “Talas son caca”… a lo mejor así se nos hace caso.
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