Hace tan solo unas semanas que cientos de inmigrantes treparon por las alambradas que separan las ciudades de Ceuta y Melilla del territorio marroquí. Llevaban viendo estas ciudades durante meses, abigarradas y esperanzadoras tras el acero galvanizado y los alambres de espino de la valla que separa el llamado “mundo libre” del que no lo es tanto. Pero un día se cansaron de esperar y decidieron tomar al asalto su futuro. Lo hicieron de la misma forma en que se tomaban al asalto los castillos de la antigüedad, con escaleras rudimentarias y mucho coraje. Fue difícil, pero si la esperanza vence al miedo no entiendo porqué no iba a vencer a los cortes, a las caídas y a los guardias civiles. Muchos lo lograron y poco después inundaban las calles de Ceuta y Melilla llenos de júbilo, a fin de cuentas, por primera vez en sus vidas conquistaban una de esas ciudades del primer mundo en las que el agua potable se usa (también) para limpiar las aceras.
Uno de los afortunados declaraba en una entrevista, mientras un guardia civil le esposaba, que solo el hecho de cruzar lo había hecho feliz. Cruzar. Solo por eso el viaje (y el salto) habían merecido la pena. Cruzaron y pudieron ver, fugazmente, el mundo ese de los desayunos con leche y cereales, los seguros médicos, los goles de Raúl y los BMW´s que ruedan por solitarias carreteras escandinavas. Los pandilleros de muchas ciudades latinoamericanas son capaces de matarse por una gorra de béisbol. Al igual que estos, los que cruzaron las vallas de Ceuta y Melilla eran, más que pobres hambrientos, gente deseosa de ganarse un lugar en el mundo. Y es evidente que para lograr este objetivo es mucho más admirable lo segundo que lo primero.
Las imágenes de Ceuta y Melilla eran tan conmovedoras como aquellas de hace unas décadas en las que los habitantes de Berlín este recuperaban la otra mitad de sus vidas echando abajo el denostado muro. Tal vez más, porque las desigualdades que separa la valla norteafricana superan sin duda a las que en su día separó aquel. Una nueva barrera caía, sin embargo, quienes hablaron de “libertad”, “democracia” y “oportunidades para todos” en 1989 hablaron esta vez de “seguridad” y “acciones urgentes”. Si el muro de Berlín separaba dos mundos, dos sistemas diferentes y enfrentados, la valla no separaba sino las dos caras de una misma moneda que se llama capitalismo (sé que suena un poco feo, pero es su nombre). Y ocurre que aunque ambas caras son necesarias para la supervivencia de este último, no deben mezclarse demasiado. De otra forma, la maquina que lo mantiene, esa economía financiera que se instaló hace tiempo en la realidad virtual de quienes la manejan, puede tener una seria avería.
La máquina debe seguir funcionando, es decir, acumulando para unos pocos. Para ello se condena a los subsaharianos a saltar la valla de las ilusiones dejándose la piel, las piernas o la vida, y a nosotros, a aspirar a casas cada vez más grandes, coches cada vez más veloces y vacaciones cada vez más lejos. La diferencia entre ambas condenas es indudable, pero el hecho concreto es que la carrera en la que estamos todos es la misma, la que nos conduce a ese bienestar soñado que nos prometen aquellos que cada vez ganan más y siempre estarán a salvo ante cualquier problema.
“Ole los negros y ole sus cojones”, decía alguien en el foro de informativos telecinco el día después de la primera avalancha. Quienes cruzaron, y quienes intentaron cruzar la valla de las ilusiones merecen más que nuestro respeto, merecen todo nuestro esfuerzo en la búsqueda de soluciones a su tragedia, que no es sino la de todos. Convertir Europa en una fortaleza con triples vallados es una solución cegata y cortoplacista que no arregla el problema. ¿Qué tal conceder más visados de trabajo en las embajadas españolas en África al igual que se conceden, tan abundantemente, en las que están en suelo latinoamericano? .O mejor, ¿Qué tal empezar a darnos cuenta de que e imposible “desarrollarse” sin “subdesarrollar” a alguien?. No podemos seguir “creciendo” cada vez más, todos, en todas partes. Si nos empeñamos en ello, unos seguiremos comiendo frustración mientras los otros seguirán comiendo mierda.